miércoles, 16 de diciembre de 2020

El Golpista Donald Trump


Donald Trump está cerrando su  caótico período presidencial con broche de oro. Su desprecio por la democracia no puede ser más patente que en estos días. Su actuación, y la de muchos de los que lo apoyan, no puede calificarse  sino de golpista al pretender invalidar decenas de millones de votos en los estados donde perdió para así poder continuar en el poder.

 

Donald Trump no es un demócrata, nunca lo ha sido, es un niño rico y malcriado que estaba acostumbrado a ejercer un poder despótico y autoritario en sus empresas y sin ninguna experiencia política, por lo que no es sorpresa que durante su presidencia hemos visto claramente su deriva autoritaria. Desde que comenzó a participar en las primarias republicanas vimos su patológica  incapacidad para reconocer una derrota política. Aunque inicialmente reconoció la victoria de Ted Cruz en Iowa en la primera confrontación electoral republicana del 2016, inmediatamente comenzó a denunciar un supuesto robo por parte de Cruz. A pesar de haber ejercido la presidencia por casi cuatro años en vez de tratar de ajustarse a la dinámica democrática lo que ha hecho ha sido es tratar de subvertirla a cada paso.

 

Durante todo su período ha seguido el “manual del autócrata”, el mismo que han seguido déspotas como Chávez, Erdogan y  Orbán entre otros. Primero, un ataque feroz a la verdad, la propalación de teorías conspirativas y de hechos alternativos (‘alternative facts’ Kellyanne Conway dixit) y por tanto un ataque despiadado  los medios de comunicación establecidos, tildándolos al mejor estilo stalinista como “enemigos del pueblo”.  Segundo, el desconocimiento de el poder contralor del congreso, el hecho más notable en este respecto es su negativa frontal a colaborar con la investigación que terminó con su “impeachment” hecho que no tiene precedentes en la historia de los Estados Unidos y que ni siquiera un corrupto y mentiroso confeso como Richard Nixon se le ocurrió hacerlo en su momento. Tercero, una clara intención de alterar la dinámica del poder judicial proponiendo al senado muchas veces jueces de dudosa capacidad  pero de clara lealtad hacia él y utilizando al fiscal general como su abogado personal. 

 

Por ello la perspectiva de un segundo período de Donald Trump hubiera sido mortal para las instituciones democráticas norteamericanas que si bien hasta ahora han resistido a sus embates, la perspectiva de cuatro años más de enfrentamiento no lucía nada promisorio. Afortunadamente el pueblo norteamericano lo rechazó de manera clara. Su derrota fue un claro rechazo a su persona, que no al partido republicano que mejoró su  cuota en la cámara de representantes y todavía lucha por el control del senado. Fue, sin lugar a dudas,  una clara derrota  con una  diferencia en el voto popular de más de siete millones de votos (81,283,485 vs  74,223,744) y de 74 delegados al colegio electoral (306 vs 232).

 

 Sin embargo, como era de esperarse Donald Trump, dado su talante autoritario, no acepta su derrota.  Lamentablemente esta situación no debería sorprender a nadie ya que en una actitud claramente antidemocrática Trump había dicho de manera reiterada, a lo largo de la campaña electoral, que la única forma que él pudiera perder las elecciones sería por un fraude masivo y se ha embarcado en una campaña como nunca se había visto en los Estados Unidos, para desconocer el resultado de las elecciones. 

 

Dicha campaña comenzó mucha antes de las elecciones, sembrando dudas en el proceso electoral, en especial del voto por correo, y sus para nada disimulados intentos de entorpecer y sabotear el correo nacional, nombrando como director (post master)  a una figura cuyo único mérito para el cargo había sido ser un contribuyente financiero de su campaña. Continuó  la misma noche de las elecciones exigiendo que se parara el conteo de los votos en los estados que para el momento iba ganando (Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin) pero que se contara hasta el último voto donde iba perdiendo (Arizona). Cuando el sábado 7 de Noviembre las principales cadenas de noticias terminaron dándole la victoria a Biden en base a muy serias y bien fundadas proyecciones, no sólo AP, CNN, ABC  y CBS, sino también su aliada de siempre Fox News, él y sus cómplices dijeron que no eran los medios de comunicación los que declaran el ganador a la presidencia. Sin embargo, eso es una tradición que se remonta a 1848 cuando AP comenzó a totalizar los resultados de las 50 elecciones estatales porque este proceso no es un proceso nacional, ni hay un órgano nacional que supervise las elecciones. Luego siguió con  demandas legales en los estados claves donde perdió Trump, de las cuales, al día de hoy  son casi 60,  que, salvo una de menor importancia, todas  han sido desestimadas o negadas de plano simplemente por falta de pruebas a las irresponsable afirmaciones que ruidosamente hacen en las ruedas de prensa pero que han sido incapaces de sostener frente a un juez. Adicionalmente,  presionó primero a funcionarios electorales locales (caso del condado de Wayne en Michigan) y también a autoridades legislativas estadales instándolos a desconocer los resultados electorales para evitar así la certificación de los resultados electorales estatales. Luego, los juicos para tratar de impedir las certificaciones, como en el caso de Pensilvania, que también fallaron. Una vez que se llego al 8 de Diciembre, fecha límite para los estados para certificar los resultados y ya era un hecho consumado la victoria de Biden aparece de manera sorpresiva el Jueves 10 de Diciembre una demanda del fiscal general de Texas, Ken Paxton, por cierto bajo investigación por corrupción y abuso de poder, ante la Corte Suprema solicitando invalidar las votaciones de Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Dicha solicitud  fue apoyada por 17 otros fiscales generales de otros estados, todos republicanos por supuesto, 126 miembros de la Cámara de Representantes, muchos de los cuales resultaron electos en las mismas elecciones que pretenden impugnar, y por supuesto por el propio Donald Trump. 

El basamento de la alocada demanda de  Texas para solicitar de anular más de 10 millones de votos, nada más ni nada menos, se basaba en la autoridad que tiene dicha Corte  Suprema para intervenir en disputas entre los estados. Sin embargo, cómo cada estado administra sus elecciones no puede ser una punto de discusión siendo como lo es Estados Unidos una federación. La Corte Suprema rechazo de manera sumaria tal solicitud por falta de un suporte legal sólido, sin ninguna voz disidente, ni siquiera los tres magistrados nombrados por Trump pudieron hacer nada al respecto dado lo alocado de la solicitud.

 

Han sido pues seis semanas como nunca vistas en la historia reciente de los Estados Unidos. El intento claro de desconocer la voluntad popular a cada paso del proceso han sido más que evidentes y no tienen que envidiarle nada a las acciones de otros autócratas  alrededor del mundo como Mugabe, Maduro o Lukasenko. En el camino  Trump ha denunciado y atacado a los que no se doblegan a sus inrresponsables afirmaciones. Cuando el republicano Chris Krebs director de la agencia de ciberseguridad e infraestructura de seguridad, un brazo de su propio departamento de seguridad nacional de su gobierno,  declaro de manera taxativa que no existía ninguna evidencia de irregularidades electorales de alguna importancia  y más aún que éstas habian sido las elecciones más seguras en la historia del país, Trump lo despidió sin miramientos. Cuando el republicano Brad Raffensperger, secretario de estado de Georgia, certifico los resultados dando ganador a Biden, lo llamó traidor. Más aún exigio al gobernador  de Georgia Brian Kemp que convocara una sesión de la congreso estatal para desconocer los resultados y nombrar directamente los delegados del colegio electoral y  cuando éste se negó lo declaro enemigo del pueblo. Trump forzó a su fiscal general Bill Barr a autorizar investigaciones del departamento de justicia sobre irregularidades electorales, pasando por encima de protocolos bien establecidos que no permiten hacer eso antes de que los resultados electorales sean certificados, pero cuando éste declaro, el 1 de Diciembre, que sus fiscales investigadores del FBI no  habían encontrado ningún indicio de fraude que pudiera afectar el resultado electoral, ya se sabía que tenía sus días contados y poco después le pidió su renuncia. Mich McConell líder republicano en el senado finalmente reconoció el 15 de Diciembre, luego de la votación del colegio electoral el día antes que como estaba previsto  eligió a Biden por 306 votos, acto que inmediatamente Trump repudió por Twetter. Sin embargo ese mismo día los republicanos en Georgia, Pensilvania y Wisconsin aparecieron con una lista de electores salidos de la nada votando todos por Trump. La fecha final será el 6 de Enero del 2021 cuando el congreso se instale en sesión conjunta para certificar la votación del colegio electoral y si bien las posibilidades de revertir la votación en esa sesión son totalmente remotas más de un exaltado cifra sus esperanzas de una victoria a última hora en esa sesión que termine imponiendo a Trump, echando por tierra no sólo una victoria en el voto popular sino también la del colegio electoral cosa que no tiene ningún precedente en más de 240 años de vida republicana.

 

A medida de que sus opciones legales se han ido cerrando Donald Trump se ha vuelto más irracional y vociferante. Sus tweets siguen afirmando que no sólo él ganó las elecciones sino que lo hizo por mucho, a pesar que la diferencias tanto en el voto popular como en delegados al colegio electoral ya mencionadas. Afortunadamente la solidez de las instituciones democráticas norteamericanas han soportado este nuevo y quizás el último asalto por parte del golpista Trump. Sin embargo, el daño infligido es muy grande, por ejemplo hecho que mas de la mitad de los votantes republicanos estén convencidos que las elecciones fueron fraudulentas y que a Trump le robaron la presidencia va a dejar secuelas muy profundas que serán difíciles de superar y que será un reto  muy grande para Biden y Harris en su gestión presidencial, así como el prestigio del sistema político de los Estados Unidos en el mundo ha sido dañado quizás de manera permanente.

 

  

lunes, 16 de noviembre de 2020

De nuevo sobre las elecciones en Estados Unidos: la democracia como problema.


Ha pasado ya más de una semana del 3 de Noviembre, el día de las elecciones generales y varios días desde que Joe Biden fue declarado ganador por haber pasado el umbral de los 270 delegados en el Colegio Electoral (hoy en día ya son 306). Sin embargo, Donald Trump, y muchos de sus seguidores se niegan a reconocer el resultado, y peor aún lo ha denunciado como un masivo fraude electoral, a pesar de que la agencia de ciberseguridad e infraestructura de seguridad, un brazo de su propio departamento de seguridad nacional, conjuntamente con la asociación nacional de secretarios de estad,  ha declarado de manera taxativa que no existe ninguna evidencia de irregularidades electorales de alguna importancia  y más aún que éstas han sido las elecciones más seguras en la historia del país.

 

Lamentablemente esta situación no debería sorprender a nadie ya que en una actitud claramente antidemocrática Trump había dicho de manera reiterada, a lo largo de la campaña electoral que la única forma que él pudiera perder las elecciones sería por un fraude masivo. Por ello su escandalosas e infundadas  acusaciones  de fraude y su autoproclamación en la madrugada del miércoles 4 de Noviembre no pueden sorprender a nadie aunque no dejan de ser terriblemente preocupantes. 

 

Por otra parte, en verdad Trump tiene más de 4 años, desde la campaña electoral de 2016, hablando del fraude electoral en los Estados Unidos.  Como está plenamente documentado, él no esperaba ganar las elecciones  y  por ello  comenzó a  denunciarlas, a denunciar el supuesto fraude que supuestamente le iban a hacer, pero gracias a que logró ganar Michigan, Wisconsin y Pensilvania por la mínima diferencia, por cierto bastante similares con las que Biden ganó ahora, ganó el colegio electoral pero perdió el voto popular por más de 2.8 millones de votos. Pero eso nunca lo aceptó, su explicación fue que más de 3 millones de indocumentados habían votado por Hillary Clinton. De hecho, luego de encargarse de la presidencia nombró una comisión para investigar el supuesto fraude y dicha comisión  se disolvió al poco tiempo sin hallar absolutamente nada. Así pues su actitud hoy en día es la continuidad de su campaña de desprestigio del sistema electoral norteamericano, expresando así su  completo desprecio de la voluntad popular porque en definitiva Trump, como buen  populista, no cree ni en la democracia, ni en sus instituciones.

 

El acto de reconocer la derrota electoral es una regla no escrita del sistema electoral norteamericano pero una pieza fundamental de todo lo que viene posterior a las elecciones. En primer lugar, porque con ese discurso el candidato no sólo desmonta todo su aparato de campaña sino también y mucho más importante desmoviliza al electorado que los respaldó en las elecciones y los obliga a reconocer al ganador. Las elecciones siempre desatan pasiones y ese discurso es fundamental para pasar la página y restañar las heridas. El video del discurso de John McCain reconociendo la victoria de Obama, que ha circulado de nuevo en las redes últimamente es una lección de valentía y gallardía política. Nada de esto ha pasado en este caso. Todo lo contrario tanto en la ya mencionada declaración en la madrugada del miércoles 4 de Noviembre como su todavía más incendiarias declaraciones en la noche del 5 de Noviembre profundiza sus infundadas denuncias de fraude y su temeraria afirmación no sólo que él ganó sino de manera arrolladora si se cuentan sólo los votos válidos (¡?). Esto es todavía más preocupante por el porcentaje de personas armadas y de milicias de todo tipo que existen en este país.

 

Con su actitud, Trump ha alimentado una inmensa cantidad de teorías conspirativas. Si uno se pasea por Twitterlandia la cantidad de teorías conspirativas es impresionante; entre otras tenemos:  que el triunfo de Biden una conspiración de los iluminatis, otra que está en marcha un golpe de estado de los “patriotas que respaldan a Trump” para derrotar al comunismo, a propósito de los cambios de última hora que hizo en el departamento de defensa; otra más que hay un software que cambió mas de dos millones de votos de Trump a Biden, o que una computadora fue capturada por el ejército de Estados Unidos en Frankfurt que probaría ese cambio; todavía otra más que el cambio y/o  extravio de votos a favor de Trump se debieron a una compañía llamada Dominion (contratada por varios condados de varios estados) que responde a intereses ligados a Nicolás Maduro; pero quizás la teoría conspirativa que se lleva el premio, es la  alimentada por ese fenómeno extraño llamado QAnon, dice que esta elección se trata de una cruzada contra una supuesta secta pedófila y satánica dirigida por Hilary Clinton, Barac Obama,  Joe Biden  así como algunas estrellas de Hollywood, que además junto con George Soros y Bill Gates están intentando imponer un nuevo orden mundial y un gobierno universal siendo Trump el defensor de la cultura occidental y cristiana (por cierto China y Rusia ¿dónde quedan de acuerdo con ésta delirante teoría?) …y  ¡pare usted de contar!

 

En todo caso, lo cierto es que las estrategias de Trump  ha sido extremadamente erráticas. En la noche de las elecciones cuando él estaba liderando en algunos estados, aunque por cierto, nunca estuvo por encima de Biden en el número de delegados al Colegio Electoral, exigía que se parar el conteo de votos. En los días siguientes a las elecciones, en estados como Pensilvania que estaba adelante, pedía que se parara el conteo, pero en estados como Arizona donde su votación estaba por debajo de la de Biden entonces exigía que se contaran todos los votos. Siendo un estado federal, las elecciones acá son en verdad 50 elecciones distintas, con regulaciones y procedimientos diferentes y no una elección nacional. Por ello no existe un organismo central que administre el proceso y mucho menos que proclame a los ganadores a la presidencia. Históricamente son los medios de comunicación (primero los periódicos, luego la radio y desde fines de la década de los 40  la televisión) los que han anunciado los resultados de las elecciones aunque la oficialización de los mismos se hace una vez que las juntas electorales estatales certifican los resultados (que debe ocurrir antes del 8 de Diciembre este año),  los delegados electos se reúnen entonces el 14 de Diciembre en sus respectivos capitolios estatales para depositar su voto en el colegio electoral y finalmente los resultados se comunican al vicepresidente en su calidad de presidente del Senado. Sin embargo, tradicionalmente una vez que queda claro cual candidato ha obtenido al menos 270  (=538/2 +1) delegados, el resto del proceso es un mero formalismo. Esta vez, algunos por ignorancia pero otros por mala intención (por ejemplo, Trump mismo y su enloquecido abogado Rudy Gulianni)  quieren hacer vez esto como una “conspiración de los medios” para imponer un candidato, ¡señores esto se viene haciendo desde 1848!

 

La gente siempre tiende a identificarse con la victima, por ello, muchos respaldan de buena fé los reclamos de Trump o por lo menos su derecho a ventilarlos legalmente, pero lo imperdonable son los dirigentes republicanos que, de bastante mala fé sabiéndolo perdido, lo apoyan en sus desvaríos por fines muchas veces inconfesables. Las denuncias de Trump de fraude masivo no han conseguido ningún asidero en la realidad. Hasta la fecha más de 19 demandas legales hechas por sus abogados han sido declaradas sin lugar, muchas de ellas de manera sumaria, dada su total falta de fundamentación. Claro existe en la constitución norteamericana una arcaica posibilidad, que pareciera Trump está acariciando, que consiste en que, en definitiva el nombramiento de los delegados al Colegio Electoral es potestad de los órganos legislativos de cada estado, y por tanto creando caos y duda sobre la limpieza de las elecciones él esperaría que en los estados controlados por los republicanos  se nombraran delegados desestimando el voto popular. Ello sería una operación terriblemente riesgosa, antidemocrática e impopular y de hecho  ya algunos estados, como Pensilvania, han dicho categóricamente que ellos no están dispuestos a pasar por encima de la voluntad popular.

 

La situación actual es inédita. Una cosa como ésta no había pasado nunca. Si bien en  1876 la presidencia se decidió una par de días de la toma de posesión, por cierto con una infame negociación que implicó el retiro de las tropas federales del sur dejando a la población afroamericana recién liberada a merced de los racista sureños, ella  no implicaba a un presidente en ejercicio y además ocurría en un país de escasa importancia en la política internacional. Esta vez sin embargo ocurre en la primera potencia mundial y  líder del mundo libre, por ello el daño que le ha hecho Trump a la democracia norteamericana y en especial al sistema electoral es inconmensurable. Los dictadores como Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Alexandr Lukashenko, entre otros, se deleitan con el espectáculo de Trump y sus  destempladas denuncias. La autoridad moral de los Estados Unidos en el mundo ha sido dañada quizás permanentemente. 

 

En todo caso el equipo de transición del presidente electo J. Biden ha comenzado organizarse y a trabajar a pesar de la negativa de Trump de brindarle de ayuda de ningún tipo. Esto tiene muchos riesgos tanto en política internacional, como en política nacional y en particular, respecto a la pandemia que esta totalmente fuera de control, con más de 150 mil casos nuevo diarios en la útima semana. El 20 de Enero  a las 12 del mediodía se juramentará el nuevo presidente y aunque mucho puede pasar en los días que faltan para llegar a esa fecha, a menos que ocurriera un improbable cataclismo político, será Joe Biden el que lo haga ese día como el presidente número 46 de los Estados Unidos. 



jueves, 29 de octubre de 2020

 Cuál es la propuesta de Trump para su segundo período en la presidencia?

 Wilfredo Urbina

 

A menos de una semana para la fecha de las elecciones en EEUU vale la pena preguntarse cuáles son las propuestas que tiene Trump para su eventual segundo período. Si uno busca en las páginas de su campaña (https://www.donaldjtrump.com) se encuentran mucha propaganda pero poca sustancia. Mucha propaganda MAGA pero pocas propuestas a futuro.

 

Durante la convención nacional  republicana  (RNC) en Septiembre, por primera vez  en la historia, no se presentó un programa. El comité nacional republicano, dada la ausencia de una propuesta por parte de candidato Trump, propuso presentar el mismo que se había presentado en la convención de 2016, él se negó, pero tampoco propuso algo alternativo por lo que al final simplemente no hubo ningún programa de gobierno para el periodo 2021-2025. Muchos podrán decir que eso no es sino un simple ritual político dado el pragmatismo que campea la práctica  política, sin embargo la discusión necesaria  entre las diferentes facciones de una organización política termina estableciendo ciertos puntos centrales, prioridades y parámetros que permiten orientar la gestión de gobierno tal como ocurrió en el caso del partido demócrata. Nada de eso ocurrió en la RNC y por tanto la dirección del partido republicano le ha dado un cheque en blanco a Trump. Ello unido con que buena parte de la convención consistió en la intervención de sus hijos y familiares ``alabando su labor’’ habla de un creciente culto a la personalidad no visto en la política norteamericana hasta ahora.

 

En ningún momento una situación como esta es conveniente para la salud de un sistema democrático, pero en un momento como el que vivimos, en medio de una pandemia, con una creciente evidencia de efectos catastróficos del cambio climático y con crecientes retos en la arena internacional la falta de propuestas puede tener consecuencias peligrosísimas.

 

Dado que en verdad no hay propuestas concretas para su supuesto segundo período presidencial, analicemos  las respuestas que  hasta ahora ha dado la administración Trump a los puntos más críticos de la actualidad:

 

-       En primer lugar está  por supuesto el problema de la pandemia.  La respuesta de la administración Trump no ha podido ser más desastrosa. La incoherencia, la improvisación, el desprecio a la opinión de los científicos (a los que en privado ha llegado a llamar estúpidos) y a la ciencia misma sumado con la politización de cosas tan elementales como el uso de la máscara ha conducido a resultados terribles. Con casi 9 millones de infectados y con más de 225 mil muertos el balance es lamentable por decir lo menos. Más aún, los Estados Unidos se enfrenta hoy a una tercera ola de contagios (la inicial en Marzo, sobre todo en la costa este con epicentro en New York, la segunda en el llamado ``sunbelt”  con epicentros en Florida, Arizona y Texas)  es la más diseminada con más de 41 estados registrando cifras alarmantes y extendiéndose a zonas rurales; esta claro pues que la pandemia está fuera control. Pero peor aún, las recientes declaraciones  de Mark Meadows jefe de gabinete de Trump explícitamente renuncia a controlar la pandemia pero llaman a abrir la economía sin ningunas directivas, no preludia sino más muertes que se estima podría por lo menos duplicar las perdidas actuales. Está claro que frente a la pandemia Trump no tiene un plan estructurado, no ha ejercido ningún liderazgo y parece que no le interesa, incluso ha declarado públicamente que le fastidia que se siga hablando de la pandemia, como si con ignorarla va a desaparecer. Estados Unidos tiene el peor desempeños de un país desarrollado frente a la pandemia a pesar de sus ingentes recursos. Esto es un hecho constatable: de los 43.6 millones contagiados actualmente 8.82 millones son de Estados Unidos (20%) y de 1.16 millones de muertos 226 mil son estadounidenses (19.65%) sin embargo de los 7.700 millones de habitantes en el globo sólo 331 millones viven en EEUU (4.2%) las cifras hablan por si mismas.. En toda la historia de las pandemias ha existido  siempre la tensión entre salvar vidas y mantener la economía a flote, está claro cuál es la posición de la administración Trump al respecto. Desde el mismo inicio él restó importancia, mintió descaradamente, sabiendo la gravedad de los que se avecinaba, no para evitar el pánico del público sino el de Wall Street y del índice Dow Jones. Finalmente, luego de la ayuda bipartidista que se logró para los negocios y los más necesitados en Abril no ha habido y parece que los republicanos no están interesados en una segunda ayuda que muchos requieren con urgencia y que la cámara de representantes aprobó en Junio (Hero’s act). Finalmente, en búsqueda de un chivo expiatorio y para no asumir responsabilidades, Trump decidió retirarse de la WHO, bajo la acusación de estar al servicio de China, esto en medio de la pandemia puede tener consecuencias catastróficas en el combate global de la misma.

 

-       En segundo lugar está el problema del cambio climático. En la campaña del 2016 Trump dijo que no creía en el cambio climático que era un invento para beneficiar a China. Coherente con ese parecer retiró a los Estado Unidos del acuerdo de Paris. Gracias a que EEUU es un estado federal, siguen habido logros y avances locales en la lucha contra el cambio climático, obteniendos gracias al esfuerzo de ciudades y  estados a pesar del sabotaje de la administración Trump, que lo único que ha hecho es avanzar en el desmantelamiento de EPA y de las regulaciones a favor del ambiente. En recientes declaraciones ha dicho que Estados Unidos tiene el agua y el aire más puros del mundo, puras frases hechas cero planes concretos. Frente a los incendios en California, Oregon y ahora Colorado,  por una parte y los crecientes huracanes en los estados del sur, dos caras extremas de la misma moneda,  no hay ninguna respuesta coherente, ni mucho menos un plan porque ello implicaría afectar los intereses  de las compañías petroleras y otros interesas tradicionales.

 

-       En tercer lugar, Estados Unidos es el único país  desarrollado que ha sido incapaz de brindar un servicio de salud universal a sus ciudadanos. El importante avance en esa dirección fue logrado en el 2010 con el ``affordable care act’’ popularmente conocido como Obamacare,  y que ha logrado hasta la fecha incorporar al sistema de salud a más de 20 millones  de ciudadanos y acabo con la perniciosa practica de las compañías aseguradoras de negar cobertura a personas con condiciones pre-existentes. Ese avance ha sido combatido por los republicanos con más de 70 intentos de derogarlo, unos con argumentos político/filosóficos  partiendo del principio troglodita que un estado que hace eso es por definición ``socialista”,  otros por un mero cálculo electoral. Trump prometió en su campaña en el 2016, en su obsesión de acabar con todo lo que hizo Obama, acabar con el programa y sustituirlo por una supuestamente infinitamente mejor. Por ellos se unió al esfuerzo republicano para terminarlo  por la vía legislativa ,  en el congreso lo que ha resultado infructuoso y ahora para hacerlo por la vía judicial frente a la Corte Suprema. El 10 de Noviembre es una fecha clave al respecto, en todo caso derogar  Obamacare y dejar a más de 20 millones de personas sin seguro médico en medio de la pandemia sería una verdadera monstruosidad criminal.  Ahora bien, cual sería el plan alternativo? Eso brilla por su ausencia, aparte de reiterar que se mantendrá las pólizas de personas con condiciones pre-existentes no se sabe muy bien cómo, no existe ningún plan alternativo para sustituir  Obamacare  luego de más de 4 años. Ocurre con el plan de Trump lo mismo que con sus impuestos, siempre anuncia que lo va a mostrar pero nunca se concreta…

 

-       En política migratoria hay que reconocer que lamentablemente ha cumplido con algo de lo que había prometido. Ha sido, eso si, una política infame, racista y despiadada contra los migrantes. Quizás la cara más horrible ha sido el de la separación de hijos menores de sus padres, para desmotivar la inmigración de familias. Los ha  recluido en sitios con condiciones infrahumanas, donde incluso los ponen el jaulas  ello habla de una política desalmada y sádica soló concebible en mentes retorcidas como la de Stephen Miller. La reciente noticia que hay más de 500 niños a los que no se saben dónde están su padres es el último eslabón de atropellos y atrocidades cometidas por esta administración. Por otra parte el famoso muro que prometió en el 2016 y que supuestamente iba a obligar a que pagara México he terminado siendo una mera operación propagandista, ya ni siquiera la menciona en su campaña,  con un modesto remozamiento de ciertas partes de la divisorias que ya existían, a expensas de fondos reconducidos en operaciones de dudosa legalidad del departamento de defensa. Respecto a los dreamers (hijos de migrantes ilegales que llegaron de niños acá) no tiene ninguna respuesta y simplemente los ha intentado utilizar como ficha de negociación. La prohibición de entrada al país de musulmanes de ciertos países es otra cara xenófoba y quizzeas anticonstitucional de su política, Finalmente, respecto al destino de más de 11 millones de migrantes ilegales que hay en el país aparte de la persecución y represión no tiene ninguna propuesta viable y realista.

 

-       En política exterior el panorama es todavía más desolador. Trump con su populismo nacionalista (``America first”) se ha alejado de los socios tradicionales de Estados Unidos como son la Comunidad Europea, Japón y Corea del Sur. Sus socios en la OTAN lo miran hoy en día con recelo y desconfianza. La promoción de la democracia  y el respeto a los derechos humanos que fueron el eje de la política exterior estadounidense por muchos años ha quedado sólo para meras declaraciones. Esto se manifiesta en varios hechos concretos:

 

o   El abandono vergonzoso de la oposición siria dejándole el terreno de juego al dictador Bashar al Assad y su padrino Putin,  abandonado por ejemplo a las heroicas milicias kurdas, es una muestra de inchorencia y deslealtad tanto con la gente como con los valores democráticos. 

o   En Afganistan sus conversaciones de paz con los talibanes, simplemente para retirar las tropas norteamericanas pero sin la participación directa del gobierno que distintas administraciones han apoyado hasta ahora es otra muestra de desinterés y pragmatismo.

o   El caso venezolano es un capítulo aparte, donde la incoherencia e inconstancia ha llevado la situación a un punto muerto que terminó  fortaleciendo al narcorégimen de Maduro, y que se puede sintetizar con el refrán ``mucho ruido y pocas nueces’’. Basta revisar el libro de John Bolton que tiene un capítulo completo dedicado a Venezuela.

o   La guerra comercial con China ha sido desastrosa para muchos sectores de la economía norteamericana  y con resultados prácticos  de dudosa utilidad, menoscabando las relaciones multilaterales que se han ido organizando por largos años  a través de la Organización Mundial del Comercio (OMC)

o   Trump sacó a los Estados Unidos del  acuerdo multilateral con Irán sobre su desarrollo nuclear (que incluye a Francia, China, Rusia, Inglaterra y Alemania) y le reimpuso sanciones económicas. Pareciera que la razón fue básicamente porque lo firmó Obama, pero cuál es la  política alternativa para contener a Irán? No existe. Por otra parte, siguiendo en el medio oriente,  el alinearse con el gobierno israelí de manera incondicional no parece ser una política que a largo plazo pueda dar frutos para resolver en nudo gordiano de problema palestino.

o   Su política de acercamiento con Corea del Norte, con tres cumbres con el sanguinario Kim Jong Un, no han reducido  para nada el peligro nuclear que ese país representa pero le han dado legitimidad a un líder que obtuvo el poder de manera hereditaria y al que el propio Trump no deja de alabar a pesar del historial de atrocidades de él y su familia.

o   La implícita complicidad con Putin, al que le cree más que  a su aparato de inteligencia, y al que no ha confrontado en ningún terreno no deja de ser escandaloso y sospechoso. Rusia ha desarrollado su agresiva política  exterior sin ningún contrapeso.

o    Quizás uno de los rasgos más distintivos de la política exterior de Trump,  que no esconde su admiración por líderes dictatoriales como Putin, Erdogan y Kim Jong Un, pero ataca a los líderes de los países democráticos y  tradicionalmente aliados como Canadá, Francia y Alemania. Su tentación autoritaria es más que evidente.

 

 

Así  pues, de resultar electo el 3 de Noviembre Trump  tendría una agenda prácticamente desconocida tanto en política domestica como en política exterior. Lo que sí es claro que la democracia norteamericana seguiría sufriendo sus embates populistas y antidemocráticos y no sabemos a ciencia cierta cuánto más los podrá resistir.
Amanecerá y veremos...

 Donald Trump y las elecciones en USA: la democracia como dilema. 

Wilfredo Urbina

 

El proceso de declive de la democracia liberal a nivel mundial en las últimas décadas es un fenómeno muy bien documentado. El caso venezolano puede considerarse como un claro precedente de este proceso y en  los casos de Rusia, Turquía, Hungria entres otros, se observa claramente el proceso de cómo los mecanismos de control democrático y la división de poderes, la base de la democracia misma, se van diluyendo. El triunfo de Donald Trump en las elecciones del 2016 se inscribe en también en ese proceso.

 

El hecho que un excéntrico empresario de bienes raices de New York, con seis declaraciones de bancarrota a sus espaldas, relaciones turbias con  jerarcas de la “nomemklatura” rusa y sin ninguna experiencia política derrotara en las primarias republicanas a 16 precandidatos con larga experiencia política,  habla no sólo de la profunda crisis del partido republicano, cada vez más un partido minoritario blanco, sino de la salud de la democracia bipartidista norteamericana. Pero más aún, su inesperado triunfo en  las elecciones presidenciales en Noviembre del 2016, un triunfo que como está hoy en día bien documentado ni él mismo creía, significó un verdadero terremoto político que habla no sólo de una profunda crisis de representatividad de la democracia norteamericana sino, también, del profundo malestar social en vastos sectores de la sociedad.

 

En los ya casi cuatro años de la gestión de Trump, hemos sido testigos de una constante tensión entre todo el andamiaje político de “check and balances” del estado y su autoritarismo cada vez menos disimulado. Para un venezolano que presenció el desmontaje de la democracia en Venezuela, este proceso ha sido especialmente angustioso y doloroso. Las coincidencias y los paralelismos entre el proceso de cómo Hugo Chávez demolió todos los controles democráticos en Venezuela, comenzando con la guerra a los medios de comunicacón, la función controladora del poder legislativo y el claro objetivo de controlar el poder judicial, ha sido replicado, como si fuera un guión, por Donald Trump. 

 

Por supuesto, la solidez de las instituciones democráticas de los Estados Unidos es infinitamente mayor, con  más de 230 años de perfeccionamiento y consolidación, que las venezolanas no tenían y apenas duraron 40 años. Sin embargo, ya hay inequívocos signos de debilitamiento de los controles. La guerra contra la prensa independiente a la que él ha llegado a tildar “enemigos del pueblo” (Stalin dixit),  comienza a dar frutos y se empieza a ver preocupantes signos de autocensura; el hecho de que la Casa Blanca se negara a colaborar en la investigación del congreso (que terminó en el “impeachment” del presidente, pero no su destitución), no tiene precedentes en la historia política de los Estados Unidos. Por otra parte, que en plena campaña electoral Trump insista en que el tiene “derecho” a más de una reelección, a pesar que una enmienda constitucional explícitamente limita a sólo dos los períodos presidenciales, recuerdan mucho las declaraciones de Chávez quien desde un primer momento, comenzó a declarar la “necesidad” de la reelección presidencial. Finalmente,  el hecho que el departamento de Justicia, tradicionalmente independiente del presidente, haya intervenido en los procesos judiciales de varios de los asociados de Trump para favorecerlos y, más recientemente ,haya intervenido en un proceso judicial privado del ciudadano Donald Trump, en el que se le acusa de violación, de un  suceso ocurrido en la década de los 90, convirtiendo al fiscal general en su abogado personal, ha hecho sonar las alarmas. La conclusión de un libro reciente de Michael S. Schmidt “Donald Trump versus The United States: inside the Struggle to Stop a President”  es que Trump poco a poco ha ido “sometiendo” a la resistencia institucional a su autoritarismo por lo que la posibilidad de su reelección es preocupante por decir lo menos.

 

Un hecho que ha marcado, muy a pesar de Trump, todo su mandato, es la investigación sobre la interferencia rusa  a su favor en las elecciones del 2016; ese es “el elefante en el cuarto” el cual  en vísperas de una nueva elección presidencial, sigue “vivito y coleando”. Las consecuencias de este hecho son incalculables, paradójicas y el daño político a la democracia estadounidense podría ser devastador si se concreta su segundo mandato, por las poco claras relaciones entre Trump y el que debería ser su archienemigo: Vladimir Putin.

 

Por otro lado, la democracia estadounidense siempre ha tendido hacia una plutocracia, pero ahora con Trump se ha transformado un extraño híbrido que algunos llaman “plutocracia populista” lo que luce evidentemente como una contradicción “in terminis”, pero que, no por ello, deja de ser muy real. Por ejemplo, Trump y los republicanos lograron una drástica reforma impositiva que, a la larga, sólo beneficia a los más ricos, sin que su base de apoyo popular se resintiera en lo absoluto, es una muestra innegable de esta alianza “contra natura”.

 

Las probabilidades de reelección de Trump, que a comienzos de año lucían casi imbatibles, se desplomaron por su desastroso manejo de la pandemia, con más de 6 millones de contagiados y más de 200 mil muertos hasta ahora; la crisis económica en que se sumió el país a raiz de la cuarentena, con niveles récord de desempleo y, finalmente, por  la explosión social en el verano producto el racismo sistémico que permea todo los niveles de esta sociedad,  en especial a la policía. Por ahora no las tiene fácil;  Joe Biden, que a sus 77 años es el  candidato a la presidencia de mayor edad, a pesar de no ser un candidato especialmente carismático se mantiene a nivel nacional con una ventaja de más de 7 puntos porcentuales. A mes y medio de las elecciones es mucho lo que puede pasar y el usual “October surprise” es un recurso que todos los candidatos intentan, sobre todo si están abajo en las encuestas. Algunos especulan que, incluso, una “aventura” en Venezuela no es descartable para el “candidato” Trump que quiere aparecer como un tipo duro  de “law and order”.  

 

Si bien las probabilidades de reelección de Trump, por ahora, lucen bastante bajas,  su victoria no es imposible. El hecho que la elección del presidente  de  Estados Unidos sea en segundo grado a través del colegio electoral, un verdadero anacronismo histórico, hace que su candidatura sea todavía viable. Su triunfo es difícil, pero no imposible, como ya ocurrió en el 2016 cuando perdió en el voto popular por más de 3 millones de votos frente a Hilary Clinton, pero ganó en el colegio electoral. Esta disparidad, que es la segunda vez que ocurre en este siglo, se debe a que en la gran mayoría de los estados aplican el principio “the winner takes all” para la selección de los representantes estatales al colegio electoral. Lo que sí está claro, es que si Trump llegara a ganar la presidencia será por el colegio electoral, pero no por el voto popular.

 

Finalmente, la pacífica y rutinaria transferencia de poder, incluso cuando gana el partido en la oposición, una tradición acá que comenzó en las elecciones de 1800 cuando el federalista John Adams le entregó la presidencia al demócratá-republicano Thomas Jefferson, aparece hoy seriamente amenazada. Trump ha dicho, y lo ha repetido ya varias veces, que la única forma que él sea derrotado es si se produce un  fraude electoral. Los posibles escenarios de qué ocurriría si Trump se niega a reconocer su derrota son varios. Por lo  pronto, Trump se ha dado a la tarea de socavar la confianza de los norteamericanos sobre el proceso electoral y, en especial, la  confianza en el voto por correo, una modalidad de larga tradición en el país y que, frente a la pandemia, debería ser una alternativa práctica y lógica. Lamentablemente Trump la ha descalificado totalmente caracterizándola como una inevitable fuente de fraude, gastando más de 20 millones de dólares en su campaña para desacreditarla. Por ello, las posibilidades de tener un claro ganador en la noche del 3 de Noviembre, lucen cada vez más remotas y más bien una pesadilla de rumores, impugnaciones legales, movilizaciones y, en general,  caos es el escenario que a estas alturas luce como el más probable, a menos que hubiera una victoria con un amplio margen para cualquiera de los candidatos, lo que por ahora luce bastante improbable.

 

Amanecerá y veremos…