miércoles, 16 de diciembre de 2020

El Golpista Donald Trump


Donald Trump está cerrando su  caótico período presidencial con broche de oro. Su desprecio por la democracia no puede ser más patente que en estos días. Su actuación, y la de muchos de los que lo apoyan, no puede calificarse  sino de golpista al pretender invalidar decenas de millones de votos en los estados donde perdió para así poder continuar en el poder.

 

Donald Trump no es un demócrata, nunca lo ha sido, es un niño rico y malcriado que estaba acostumbrado a ejercer un poder despótico y autoritario en sus empresas y sin ninguna experiencia política, por lo que no es sorpresa que durante su presidencia hemos visto claramente su deriva autoritaria. Desde que comenzó a participar en las primarias republicanas vimos su patológica  incapacidad para reconocer una derrota política. Aunque inicialmente reconoció la victoria de Ted Cruz en Iowa en la primera confrontación electoral republicana del 2016, inmediatamente comenzó a denunciar un supuesto robo por parte de Cruz. A pesar de haber ejercido la presidencia por casi cuatro años en vez de tratar de ajustarse a la dinámica democrática lo que ha hecho ha sido es tratar de subvertirla a cada paso.

 

Durante todo su período ha seguido el “manual del autócrata”, el mismo que han seguido déspotas como Chávez, Erdogan y  Orbán entre otros. Primero, un ataque feroz a la verdad, la propalación de teorías conspirativas y de hechos alternativos (‘alternative facts’ Kellyanne Conway dixit) y por tanto un ataque despiadado  los medios de comunicación establecidos, tildándolos al mejor estilo stalinista como “enemigos del pueblo”.  Segundo, el desconocimiento de el poder contralor del congreso, el hecho más notable en este respecto es su negativa frontal a colaborar con la investigación que terminó con su “impeachment” hecho que no tiene precedentes en la historia de los Estados Unidos y que ni siquiera un corrupto y mentiroso confeso como Richard Nixon se le ocurrió hacerlo en su momento. Tercero, una clara intención de alterar la dinámica del poder judicial proponiendo al senado muchas veces jueces de dudosa capacidad  pero de clara lealtad hacia él y utilizando al fiscal general como su abogado personal. 

 

Por ello la perspectiva de un segundo período de Donald Trump hubiera sido mortal para las instituciones democráticas norteamericanas que si bien hasta ahora han resistido a sus embates, la perspectiva de cuatro años más de enfrentamiento no lucía nada promisorio. Afortunadamente el pueblo norteamericano lo rechazó de manera clara. Su derrota fue un claro rechazo a su persona, que no al partido republicano que mejoró su  cuota en la cámara de representantes y todavía lucha por el control del senado. Fue, sin lugar a dudas,  una clara derrota  con una  diferencia en el voto popular de más de siete millones de votos (81,283,485 vs  74,223,744) y de 74 delegados al colegio electoral (306 vs 232).

 

 Sin embargo, como era de esperarse Donald Trump, dado su talante autoritario, no acepta su derrota.  Lamentablemente esta situación no debería sorprender a nadie ya que en una actitud claramente antidemocrática Trump había dicho de manera reiterada, a lo largo de la campaña electoral, que la única forma que él pudiera perder las elecciones sería por un fraude masivo y se ha embarcado en una campaña como nunca se había visto en los Estados Unidos, para desconocer el resultado de las elecciones. 

 

Dicha campaña comenzó mucha antes de las elecciones, sembrando dudas en el proceso electoral, en especial del voto por correo, y sus para nada disimulados intentos de entorpecer y sabotear el correo nacional, nombrando como director (post master)  a una figura cuyo único mérito para el cargo había sido ser un contribuyente financiero de su campaña. Continuó  la misma noche de las elecciones exigiendo que se parara el conteo de los votos en los estados que para el momento iba ganando (Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin) pero que se contara hasta el último voto donde iba perdiendo (Arizona). Cuando el sábado 7 de Noviembre las principales cadenas de noticias terminaron dándole la victoria a Biden en base a muy serias y bien fundadas proyecciones, no sólo AP, CNN, ABC  y CBS, sino también su aliada de siempre Fox News, él y sus cómplices dijeron que no eran los medios de comunicación los que declaran el ganador a la presidencia. Sin embargo, eso es una tradición que se remonta a 1848 cuando AP comenzó a totalizar los resultados de las 50 elecciones estatales porque este proceso no es un proceso nacional, ni hay un órgano nacional que supervise las elecciones. Luego siguió con  demandas legales en los estados claves donde perdió Trump, de las cuales, al día de hoy  son casi 60,  que, salvo una de menor importancia, todas  han sido desestimadas o negadas de plano simplemente por falta de pruebas a las irresponsable afirmaciones que ruidosamente hacen en las ruedas de prensa pero que han sido incapaces de sostener frente a un juez. Adicionalmente,  presionó primero a funcionarios electorales locales (caso del condado de Wayne en Michigan) y también a autoridades legislativas estadales instándolos a desconocer los resultados electorales para evitar así la certificación de los resultados electorales estatales. Luego, los juicos para tratar de impedir las certificaciones, como en el caso de Pensilvania, que también fallaron. Una vez que se llego al 8 de Diciembre, fecha límite para los estados para certificar los resultados y ya era un hecho consumado la victoria de Biden aparece de manera sorpresiva el Jueves 10 de Diciembre una demanda del fiscal general de Texas, Ken Paxton, por cierto bajo investigación por corrupción y abuso de poder, ante la Corte Suprema solicitando invalidar las votaciones de Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Dicha solicitud  fue apoyada por 17 otros fiscales generales de otros estados, todos republicanos por supuesto, 126 miembros de la Cámara de Representantes, muchos de los cuales resultaron electos en las mismas elecciones que pretenden impugnar, y por supuesto por el propio Donald Trump. 

El basamento de la alocada demanda de  Texas para solicitar de anular más de 10 millones de votos, nada más ni nada menos, se basaba en la autoridad que tiene dicha Corte  Suprema para intervenir en disputas entre los estados. Sin embargo, cómo cada estado administra sus elecciones no puede ser una punto de discusión siendo como lo es Estados Unidos una federación. La Corte Suprema rechazo de manera sumaria tal solicitud por falta de un suporte legal sólido, sin ninguna voz disidente, ni siquiera los tres magistrados nombrados por Trump pudieron hacer nada al respecto dado lo alocado de la solicitud.

 

Han sido pues seis semanas como nunca vistas en la historia reciente de los Estados Unidos. El intento claro de desconocer la voluntad popular a cada paso del proceso han sido más que evidentes y no tienen que envidiarle nada a las acciones de otros autócratas  alrededor del mundo como Mugabe, Maduro o Lukasenko. En el camino  Trump ha denunciado y atacado a los que no se doblegan a sus inrresponsables afirmaciones. Cuando el republicano Chris Krebs director de la agencia de ciberseguridad e infraestructura de seguridad, un brazo de su propio departamento de seguridad nacional de su gobierno,  declaro de manera taxativa que no existía ninguna evidencia de irregularidades electorales de alguna importancia  y más aún que éstas habian sido las elecciones más seguras en la historia del país, Trump lo despidió sin miramientos. Cuando el republicano Brad Raffensperger, secretario de estado de Georgia, certifico los resultados dando ganador a Biden, lo llamó traidor. Más aún exigio al gobernador  de Georgia Brian Kemp que convocara una sesión de la congreso estatal para desconocer los resultados y nombrar directamente los delegados del colegio electoral y  cuando éste se negó lo declaro enemigo del pueblo. Trump forzó a su fiscal general Bill Barr a autorizar investigaciones del departamento de justicia sobre irregularidades electorales, pasando por encima de protocolos bien establecidos que no permiten hacer eso antes de que los resultados electorales sean certificados, pero cuando éste declaro, el 1 de Diciembre, que sus fiscales investigadores del FBI no  habían encontrado ningún indicio de fraude que pudiera afectar el resultado electoral, ya se sabía que tenía sus días contados y poco después le pidió su renuncia. Mich McConell líder republicano en el senado finalmente reconoció el 15 de Diciembre, luego de la votación del colegio electoral el día antes que como estaba previsto  eligió a Biden por 306 votos, acto que inmediatamente Trump repudió por Twetter. Sin embargo ese mismo día los republicanos en Georgia, Pensilvania y Wisconsin aparecieron con una lista de electores salidos de la nada votando todos por Trump. La fecha final será el 6 de Enero del 2021 cuando el congreso se instale en sesión conjunta para certificar la votación del colegio electoral y si bien las posibilidades de revertir la votación en esa sesión son totalmente remotas más de un exaltado cifra sus esperanzas de una victoria a última hora en esa sesión que termine imponiendo a Trump, echando por tierra no sólo una victoria en el voto popular sino también la del colegio electoral cosa que no tiene ningún precedente en más de 240 años de vida republicana.

 

A medida de que sus opciones legales se han ido cerrando Donald Trump se ha vuelto más irracional y vociferante. Sus tweets siguen afirmando que no sólo él ganó las elecciones sino que lo hizo por mucho, a pesar que la diferencias tanto en el voto popular como en delegados al colegio electoral ya mencionadas. Afortunadamente la solidez de las instituciones democráticas norteamericanas han soportado este nuevo y quizás el último asalto por parte del golpista Trump. Sin embargo, el daño infligido es muy grande, por ejemplo hecho que mas de la mitad de los votantes republicanos estén convencidos que las elecciones fueron fraudulentas y que a Trump le robaron la presidencia va a dejar secuelas muy profundas que serán difíciles de superar y que será un reto  muy grande para Biden y Harris en su gestión presidencial, así como el prestigio del sistema político de los Estados Unidos en el mundo ha sido dañado quizás de manera permanente.

 

  

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