viernes, 13 de mayo de 2011

Antonio Sánchez García: Mitos y acechanzas de las primarias: Los peligros que enfrentamos

Mitos y acechanzas de las primarias: Los peligros que enfrentamos

12 Mayo, 2011


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Antes y después del triunfo de la oposición chilena en el plebiscito de Octubre de 1988 no sobresalían grandes figuras políticas y ninguna personalidad, por sí sola, era capaz de expresar la diversidad de opiniones que se ocultaba en el corazón de la sometida y aherrojada oposición chilena. Sólo existían dos grandes bandos políticos opositores, disímiles en tamaño pero articulados y suficientemente poderosos como para entorpecer las recíprocas estrategias: el de quienes, luego de tres lustros de feroz tiranía, aseguraban que Pinochet sólo dejaría el poder por métodos violentos, y el de aquellos que apostaban a una salida constitucional, democrática, electoral y pacífica.


Eran dos claras opciones, idénticas en sus propósitos aunque antagónicas en sus métodos, que no encontraban su perfecta expresión en personalidades, sino en grupos. La vía violenta la preconizaban los comunistas, los miristas – enconados enemigos en tiempos de Salvador Allende – y los sectores radicalizados del Partido Socialista, todos en la clandestinidad. Mientras que la vía democrática y constitucional era representada por la Democracia Cristiana, los socialdemócratas de uno y otro signo y sectores independientes de todas las tendencias.

No eran compartimentos estancos y en rigor fue una combinación de las acciones de ambos factores la que contribuyó a debilitar al régimen y asestarle el golpe de gracia del plebiscito y del triunfo electoral de la Concertación. Las acciones del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), brazo armado del Partido Comunista de Chile, entonces bajo el respaldo ideológico y material del régimen cubano, hicieron temblar las bases policiales del sistema. El impactante atentado del FPMR con armas largas, cortas y bazukas en una de las vías cordilleranas cercanas a Santiago efectuado el 7 de septiembre de 1986, que produjo varias víctimas mortales en la comitiva presidencial y estuviera a un tris de costarle la vida a Augusto Pinochet, que volvía de su casa de descanso, puso de manifiesto la inmensa gravedad del momento político y llevó a recapacitar a importantes sectores de la derecha chilena, hasta entonces aliadas a Pinochet, acerca de la necesidad de una salida pacífica al impasse en que se encontraba el país. Esos sectores armados, si eran capaces de un atentado tan espectacular y de tanta solvencia militar, estaban perfectamente capacitados como para iniciar una guerra civil.

El propio Gabriel Valdés, ex canciller y ex embajador en Washington durante el gobierno de Eduardo Frei Montalba, posiblemente el político más carismático y preparado de la DC, tomó muy en serio las perspectivas de la lucha armada para derrotar al tirano. Lo que posiblemente le costó su sacrificio político. Su contendor en el partido, Patricio Aylwin, había apostado todo su prestigio y su ascendiente sobre el conjunto de las fuerzas opositoras sobre dos pilares fundamentales: la salida democrática, sin vacilaciones, y la unidad, sin cuestionamientos. Fueron ambas razones las que lo llevaron a la presidencia. Nos lo contó a Antonio Ledezma, a Agustín Berríos y a quien esto escribe en una larga y muy fructífera conversación que sostuviéramos en su casa habitación inmediatamente después que nos recibiera el presidente electo, Sebastián Piñera. Un político y un empresario. Dos estadistas.

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Luego del trascendental triunfo de la oposición democrática en el plebiscito, obra del esfuerzo, la tenacidad, la organización, el voluntarismo y la profunda emotividad de la apuesta por la libertad, a la que todos los sectores democráticos se sumaran sin maniqueísmos ni mezquindades, todo el país democrático sabía que, por razones de obvia sensatez política, el candidato para vencer al dictador y a la dictadura debía provenir del centro político – que incluso había respaldado el golpe de Estado. Y que las naturales ambiciones personales debían subordinarse sin reservas de ningún tipo a un doble objetivo: unirse en un gran bloque unitario de acción nacional, la llamada Concertación Nacional por la Democracia, y escoger de entre sus filas al candidato más idóneo y que mejor representara los anhelos unitarios a ser seleccionado para ganar las elecciones y presidir un gobierno de Concertación Nacional. Bajo un programa de gobierno largamente meditado y elaborado por los mejores especialistas en las respectivas materias, los cuales, por razones igualmente obvias, resultaron ser los ministros encargados de ejecutarlo. Una perfecta combinación generacional: un líder democrático de 71 años, con una larga vida política, y jóvenes ministros, algunos de poco menos de cuarenta años, provenientes incluso del MIR y del PS. Una estrategia diseñada por el ex rector de la Universidad de Chile, Edgardo Boeninger, un ingeniero de 64 años. Pues la estrategia y la dirección del proceso de transición fue producto de la madurez de experimentados políticos y profesionales. Por cierto: como la de Venezuela, luego del 23 de enero del 58 y la de España, luego de la muerte de Franco en 1975.

Los partidos políticos estaban prohibidos. Los registros electorales, destruidos. Y tras diecisiete años de tiranía y un férreo control mediático, la ciudadanía apenas conocía a los líderes opositores. Cuando en plena campaña por el plebiscito Ricardo Lagos, un intelectual y político del centro socialdemócrata de 48 años
prácticamente desconocido por los chilenos, en un programa de televisión osó romper las reglas del juego para dirigirse directamente al dictador señalándolo con su índice y denunciándolo por aspirar a gobernar por otros ocho años, el país se sumió en el asombro. No daba crédito a lo que veía. Se rompía la burbuja del silencio tras quince años de implacable tiranía. Hace algún tiempo, Lagos, que pasó a la fama y se ganó el derecho a liderar el socialismo chileno y conquistar la presidencia a partir de ese sencillo acto de coraje ciudadano, contaba que uno de sus nietos no entendía cómo, algo tan insignificante, había impactado tanto a los chilenos.

Ganado el Plebiscito, gracias a un paciente trabajo de zapa que no dejó rincón de ese largo y accidentado país sin recorrer y conquistar, vino el gigantesco desafío: derrotar en las urnas al dictador y conquistar la presidencia de la república. Aceptado por todos y de buen grado el derecho de Patricio Aylwin a ser el abanderado, todos se empeñaron por igual en derrotar al tirano y conquistar la presidencia de la república. Democristianos y Socialistas, representantes de las dos grandes tendencias opositoras, acordaron un pacto de entendimiento que han observado con una lealtad verdaderamente admirable. No importaba el puesto de los respectivos partidos en las encuestas: todo fue compartido a partes iguales. Lo que les permitió sortear el período más frágil, peligroso y delicado de la historia política chilena: la transición hacia la democracia. 4 gobiernos de lujo formados por dos democratacristianos y dos socialistas. Aylwin, de 72 años; Eduardo Frei, de 52 años; Ricardo Lagos, de 62 años y Michelle Bachelet, de 55 años. Todos ellos probos, maduros y experimentados. Mayor prueba de unidad, de ecuanimidad e inteligencia, imposible.

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He sostenido que el desafío que enfrentaron con tanto éxito y sabiduría los chilenos fue inmensamente menos complejo y difícil que el que enfrentaría un gobierno venezolano de reconstrucción nacional. El país estaba social y humanamente quebrantado y con heridas mucho más profundas que las que sufrimos los venezolanos. Reconciliar a los chilenos, enconados en un enfrentamiento que pudo ser fratricida, era una tarea de enormes dimensiones. Pero la institucionalidad jurídica y militar no estaba corrompida y la infraestructura nacional no sólo se encontraba en plena recuperación: la dictadura la había liberado de sus lastres críticos e iniciado un desarrollo que, continuado con sabiduría por la Concertación, llevaría al Chile devastado por el experimento socialista a la nación extraordinariamente desarrollada que es hoy. A punto, gracias a la sabiduría, al esfuerzo y a la unidad nacional y patriótica de sus hombres y mujeres de alcanzar el nivel de desarrollo y bienestar del Primer Mundo.

A pesar de la complejidad, de la gravedad y la devastación de nuestra cultura y nuestra economía, que demandan la misma lucidez, la misma unidad y un esfuerzo aún mayor que el empleado por los chilenos para salir del pantano de la crisis y el totalitarismo, la inconsistencia de nuestra cultura política y la persistencia de mitos y prejuicios que obnubilan la justa visión de las cosas de electores compulsivos tras ilusiones ópticas – la juventud o la supuesta virginidad con que avalan a sus modelos preferidos – el país aún no parece tener plena conciencia del momento histórico que enfrentamos.

Si lo tuviéramos, no seríamos víctimas de esta absurda balcanización de nuestros esfuerzos. No nos aprontaríamos a una guerra a cuchillos entre los distintos factores, partidos y postulantes por vencer en las Primarias. Se comprendería que no se sale de un pantanal de estas proporciones con el mágico recurso “al cambio generacional”. Ya se hubiera comprendido que el único y principal enemigo es el autócrata y la devastadora catástrofe en que nos ha hundido. Nadie evadiría el enfrentamiento con sus siniestras pretensiones, sus escandalosos abusos, su delirante caudillismo, su inmoralidad, su corrupción, su
inescrupulosidad, su irrespeto a la Constitución y a las Normas. Y en vez de defenderse de ataques o prepararse a responder con otros más arteros, estaríamos unidos exigiendo el irrestricto cumplimiento de la Ley, exigiendo transparencia al CNE, organizando los núcleos de nuestra gran batalla. Y preocupados por escoger al más experimentado, al más culto, al más templado de nuestros líderes.

Ya nos hemos enzarzado en un primer combate: el de nosotros contra nosotros mismos. Que impere la racionalidad para que no se nos convierta en un combate cruento e inútil, que deje profundas heridas e impida la unidad fervorosa que requerimos. Una unidad de corazón, no de dientes afuera. Es el único camino hacia la victoria. Que la ambición no nos ciegue. No nos traicionemos a nosotros mismos. No pavimentemos el camino hacia nuestra derrota.

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